Tercera novela que publica Khaled Hosseini, escritor afgano residente en Estados Unidos, donde tras el éxito de Cometas en el cielo y Mil soles espléndidos ha puesto en marcha la Fundación Khaled Hosseini con el fin de proporcionar ayuda humanitaria a Afganistán.

Y las montañas hablaron, como las anteriores, está ambientada en Afganistán, en una pobre aldea inventada, Shadbagh, y en la capital, Kabul, aunque la acción transcurre también en California, París y Tinos, una pequeña localidad griega.

El arranque es lo mejor de la novela, cuando el padre, Sabur, cuenta una leyenda a sus dos hijos pequeños, Abdulá y Pari. La leyenda encierra buena parte del mensaje que el autor desea transmitir y que, como en las dos novelas antes mencionadas, tiene mucho que ver con la realidad que padece Afganistán desde hace ya años, sometida a enfrentamientos, tensiones y guerras que padece una población sumida también en el desbarajuste político, social y religioso.

Sabur ha perdido a su mujer en el parto de Pari y ha vuelto a contraer matrimonio con Parwana. Pero la madastra no atiende con el mismo esmero a sus hijos y a sus hijastros, lo que incrementa los problemas familiares y ahonda las consecuencias de la pobreza en la que viven. Nabi, un hermano de Parwana, que vive en Kabul, propone que vendan a la niña Pari a la adinerada familia afgana para la que trabaja como cocinero y chófer. Acuciado por la necesidad de sacar adelante a la familia, Sabur accede y Pari, de apenas tres años, se va a vivir con el matrimonio Wahdati, sin que vuelvan a saber nada de ella, pues sus nuevos padres nunca le revelaron que era una niña comprada. Esta traumática separación deja muy tocado a Abdulá, pues estaba llamativamente unido a su hermana pequeña.

A partir de este suceso, que funciona como hilo conductor de la narración, se desatan diferentes historias que tienen como protagonistas a personas relacionadas directa o indirectamente con la historia de Abdulá y Pari. Entre ellas, ocupa un lugar destacado Nabi, el hermano de Parwana, testigo directo de aquel trueque que ni Sabur ni Abdulá consiguen superar. Nabi relata tanto su vida en Kabul como la del matrimonio Wahdati, Nila y Suleimán, roto después de que Suleimán cayese gravemente enfermo. Con su hija Pari, Nila decide poner tierra de por medio y trasladarse a París, donde rehace su vida. Parwana, la nueva mujer de Sabur es otro personaje que tiene su protagonismo. Lo mismo que la de algunos vecinos de Suleimán Wahdati, emigrados a Estados Unidos cuando la situación política se complica y que han regresado a Afganistán para reencontrarse con sus raíces y, si pueden, hacer negocio. O la historia de Markos, el médico griego que trabaja en una organización solidaria y que ahora vive en la antigua residencia de los Wahdati en Kabul y que, gracias a Nabi, conoce la verdadera historia de Pari…

Las páginas que transcurren en Afganistán son las más intensas y en ellas el autor despliega su afectivo conocimiento del país, sus costumbres y tradiciones, contadas con realismo y cordialidad. Describe también la situación caótica que se vive en Afganistán y los negocios turbios relacionados con las drogas de algunos prestigiosos dirigentes. Pero los sucesos del pasado siguen arañando y condicionando el presente, como sucede con las vidas de Abdulá y Pari, a las que el autor quizá debería haber prestado más atención, sobre todo a la de Abdulá. El argumento de la novela se despliega en demasiados meandros y en tramas secundarias que distraen la atención. Las historias que se suceden añaden diferentes perspectivas a la hora de reflexionar sobre lo que está pasando en Afganistán; sin embargo, restan fuerza a la narración y arrastran al argumento a un final de tintes melodramáticos.