Por Jose Luis Angulo

Historias como las que nos cuenta Doug Bock Clark en Los últimos balleneros, van quedando pocas en un mundo tan uniforme y globalizado como el que nos esta tocando vivir.

El escritor norteamericano decide irse a vivir durante tres años, de 2.014 a 2.017, con los lamaleranos, habitantes de la remota isla de Lembata, entre Flores y Timor, en el archipiélago de Solor en Indonesia. En su libro nos narra la forma de vida de esta sociedad que depende, aun hoy en día, para su subsistencia, de la caza de los cachalotes, el mayor mamífero del planeta y además lo hacen como lo han venido haciendo desde el principio de los tiempos, es decir usando tan solo métodos tradicionales: arpones de bambú y barcas de remo hechas con madera y con las que mantienen una curiosa relación.

El inicio del libro es trepidante, asistimos en vivo y casi en directo a la caza de un cachalote. Estas primeras líneas me recordaron en algunos aspectos la emoción que sentí cuando leí Moby Dick por primera vez y que me llevaron a soñar con trepidantes aventuras.

Los lamaleranos son los protagonistas del libro, ellos son los que nos cuentan su historia y sus vidas, el autor siempre se mantiene en un discreto plano y es de agradecer. El libro es una mezcla entre un libro de viajes y un erudito, pero nada pesado, texto de antropología y desde luego se lee como si de una intrigante novela de aventuras se tratara.

Los lamaleranos son un pueblo animista y cristiano que habla un dialecto del lamaholot, lengua que por cierto domina el autor del libro siendo uno de los pocos occidentales en haberla aprendido. Para ellos los antepasados son algo muy presente en sus vidas, de tal forma que siguen construyendo las tenas, sus recias barcas de madera, sin usar ni clavos ni martillos como ellos lo hicieron. “Las costumbres de los antepasados” definen la vida de la tribu. Loa lamaleranos consideran que su forma de vida y su forma de cazar es sostenible, no así la contaminación y la pesca indiscriminada que llevan a cabo las sociedades modernas y “adelantadas”. Los cachalotes siguen siendo el centro de sus vidas girando todo en torno a su caza.

Mientras, nosotros cómodamente sentados y a través de las páginas del libro, asistimos a un curioso y complejo ritual. Desde el avistamiento de los preciados animales en las aguas cercanas a su isla, el aviso a los otros cazadores para partir de inmediato de caza, la distribución de los mismos en las barcas, el cargo de arponero, un cargo de honor y prestigio o el reparto equilibrado entre todos los cazadores del animal cazado.

Lamentablemente y no pretendiendo ser pesimista, parece que el mundo de las sociedades tradicionales, como la de las lamaleranos, esas donde el individuo es importante en el conjunto y donde tienen una vida espiritual más rica, están en vías de desaparición. El mundo globalizado e igualitario es un devastador rodillo. “El progreso también supone el abandono de algo” y en ese difícil equilibrio es donde se encuentran los lamaleranos actualmente. Ojalá su sabiduría ancestral, esa que han heredado de sus antepasados, les ayude a escoger el buen camino y sin rechazar la modernidad, como por ejemplo el uso de teléfonos móviles, sean capaces de mantener el respeto por los conocimientos del pasado.