Abril fue un mes importante en la vida de Petrarca y estamos en abril. Petrarca -poeta y, acaso, protomontañero con su temprana ascensión al Mont Ventoux- también practicó el retiro, tal como nos vemos obligados a hacer nosotros ahora. Vivió la terrible pandemia de la Peste Negra que asoló Europa el siglo XIV. Por estas coincidencias me ha parecido apropiado dedicarle la cuarta reseña para un tiempo de confinamiento.

Petrarca

Francesco de Petracco, conocido como Petrarca, nació el 19 ó el 20 de abril de 1304 en Arezzo, cerca de Florencia. Algo más de 300 años antes había nacido en la misma población Guido de Arezzo, monje benedictino y teórico musical al que debemos la introducción del tetragrama (el antecesor del pentagrama) y el nombre de las notas musicales a partir de las primeras sílabas del himno Ut quant lexis. Arezzo es, por tanto, cuna de dos hitos de la poesía y la música occidentales.

En la Florencia del siglo XIV se enfrentaban por el poder local dos facciones de los partidarios del papa o guelfos, conocidas como los “blancos” y los “negros”. La familia Petracco pertenecía a los “blancos” y tuvo que exilarse a la Provenza, buscando la cercanía de la corte papal, que estuvo instalada en la ciudad de Avignon entre 1309 y 1377. Los Petracco vivieron en Avignon y en Carpentras. El joven Petrarca estudió leyes en Montpellier y en Bologna, pero su vocación era la poesía. Tomó hábitos religiosos menores y se introdujo en la corte papal de Juan XXII como poeta.

El 6 de abril de 1327 conoce en los oficios de Semana Santa a una joven patricia, Laura, de quien se enamora y a la que convierte en objeto de su pasión real y de su pasión literaria. Le dedicó centenares de sonetos a lo largo de los años hasta constituir el Canzoniere, un formidable corpus de más de 300 poesías escritas en dialecto toscano -no en latín- en el llamado dolce stil nuovo. Petrarca fue un humanista, ansioso buscador de documentos clásicos y precursor del Renacimiento. Junto a Dante y Boccaccio alumbró el italiano moderno como lengua literaria.

En 1348 conoce la muerte de Laura, acaecida el 6 de abril de ese año -justo la misma fecha en que la había conocido- a causa de la Peste Negra. Los años más virulentos de esta pandemia fueron precisamente entre 1347 y 1353. Se calcula que, como mínimo, murieron 25 millones de europeos. Tras la devastación de la enfermedad el Renacimiento propuso una nueva manera de entender el mundo y la humanidad. ¿Habrá ahora un cambio radical tras la moderna pandemia que está desenmascarando tantas vergüenzas del capitalismo?

Tras la muerte de Laura, Petrarca continúa añadiendo sonetos al Canzoniere que, junto a obras como I trionfi, De vita solitaria, De viris illustribus, etc. le proporcionaron una gran fama. Realizó misiones diplomáticas para el papado y viajó por Europa, pero prefería su retiro en Fontaine-de-Vaucluse cercana a Carpentras. El nombre de este pueblo se debe a la surgencia cárstica de un potentísimo manantial que da origen al río Sorgues. Se trata de la única salida de una gran cuenca subterránea que drena el macizo del Mont Ventoux. Ha dado nombre a un tipo de fuente relacionada con sistemas cársticos que se conoce como “fuente vauclusiana”.

Petrarca, famoso y respetado por su poesías, sus obras de erudición clásica y su labor humanista falleció en 1374 en su Italia natal.

La ascensión al Monte Ventoux

El Mont Ventoux -Mont Ventor en occitano provenzal- culmina a sus 1910 m de altitud un macizo calizo de unos 25 km en sentido este-oeste por 15 km en sentido norte-sur. Al suroeste se extiende el macizo de Les Baronnies; al sur las montañas del Luberon o del Verdon descienden gradualmente hasta el Mediterráneo; al noreste se divisan los Alpes: La Barre des Écrins y La Meije; al norte el Vercors. Entre los siglos XIV y XIX albergó una enorme cabaña ganadera trashumante que dejó su impronta de caminos ganaderos: drailles o carraires en occitano. Sus bosques se vieron reducidos por el pastoreo y la explotación para los astilleros de Toulon o la transformación en carbón vegetal. Se explotó también la nieve hasta finales del siglo XIX. Los depósitos cercanos a Bédoin servían el frío a Carpentras, la Avignon papal, Orange o Arles. En la actualidad, sin embargo, la pequeña estación de esquí de la vertiente norte cada vez dispone de menos nieve. Hoy en día son reseñables la apicultura, la recogida de trufa y el turismo. Los valores naturalísticos del macizo le han valido ser declarada Reserva de la Biosfera por parte de la Unesco.

La parte cimera, deforestada y blanquecina por la caliza carstificada, aguanta el soplo del mistral durante buena parte del año. Un viento temido por los ciclistas del Tour que regularmente se enfrentan a la dura subida hasta la cumbre, donde funciona un observatorio. Es conocida la muerte del ciclista británico Tom Simpson en el Mont Ventoux, deshidratado y atiborrado de anfetaminas, en el Tour de 1967. A partir de ese suceso se implantaron los controles antidopping y el reavituallamiento en carrera.

Petrarca veía frecuentemente la cumbre del Mont Ventoux. Decide ascenderla “llevado solo por el deseo de ver”, una hermosa inutilidad que anticipa el montañismo. Lleva a cabo su excursión un 26 de abril -de nuevo abril- de 1336 en compañía de su hermano Gherardo y dos criados desde la localidad de Malaucène, en la vertiente norte del macizo. Realizan la ascensión y el retorno en el día, lo que supone un recorrido de unos 40 km y más de 1600 m de desnivel. No cabe duda de que Petrarca y sus acompañantes estaban en buena forma.

A su regreso redacta una carta en latín a su amigo Dionigi Roberti, teólogo agustino y filósofo de inspiración estoica a quien había conocido en París. Roberti le había iniciado en la lectura de Agustín de Hipona, que fue fundamental para Petrarca. La carta se incluyó en la obra Familiarum Rerum Libri.

Se trata de una carta breve, con citas y alusiones a autores o episodios de la antigüedad clásica. Es el Petrarca humanista. Sopesa cuidadosamente con quién emprende su aventura pues sabe que “…los defectos, con ser graves, se soportan en casa -pues todo lo sufre el amor y la amistad no rehusa ninguna carga- pero en un viaje se hacen más pesados” (p. 62). Todo un aviso sobre los compañeros de viaje o de cordada, que hay que escoger muy bien. Cuenta el encuentro con un viejo pastor que les asegura haber ascendido a la cumbre cincuenta años antes y que trata de disuadirles. Petrarca se muestra embriagado de “los ánimos de los jóvenes”. Es el Petrarca protomontañero que acomete una empresa gratuita y ardua disfrutando de su propia fuerza.

La carta relata una doble ascensión. La real hasta la cumbre y la alegórica ascensión repleta de pruebas que impone el cristianismo. Reconoce sus propias vacilaciones al escoger el itinerario que provocan las risas de su hermano y, naturalmente, que dilapide esfuerzos. Reflexiona, en suma, sobre el camino de perfección espiritual. Es el Petrarca religioso. Llegado a la cumbre se permite disfrutar del panorama: divisa los Alpes; el gran río Ródano que articula la región y el lejano mar Mediterráneo; sin embargo no logra ver los Pirineos. Pero vuelve luego a la lectura de las Confesiones de Agustín de Hipona, a una cita donde Petrarca encuentra el verdadero sentido de sus actos.

Esta lectura moral de la ascensión a una montaña nos puede parecer ahora arcaica, propia del final de la Edad Media. No tenemos más que repasar los textos clásicos del alpinismo hasta bien entrado el siglo XX o los relatos de las expediciones himaláyicas en clave nacionalista para encontrar similares interpretaciones en términos morales. También en eso Petrarca fue un precursor.

En ocasiones se ha citado esta ascensión del Mont Ventoux como un punto de arranque del alpinismo. No creo que sea así. Al fin y al cabo, no deja de ser una excursión relativamente modesta que sin duda había hecho el pastor que encontraron Petrarca y sus acompañantes; y seguramente otros pastores o cazadores. Faltaban muchos elementos para que se configurara el alpinismo que, recordemos, pasa por la subida a las montañas pero que es algo más.

Al alpinismo le faltaba todavía la Ilustración para dotar de un sentido estético (con Kant) y científico (con Saussure) el deambular por la montaña. Le faltaba el Romanticismo para darle su formulación sentimental. Le faltaba la aparición del moderno concepto de ocio. Poco importa en el fondo que se considere o no la ascensión de Petrarca como el primer acto del alpinismo. Fue sin duda una gozosa subida, que le permitió las reflexiones morales que necesitaba y la expresión de su genio poético. Su ascensión al Mont Ventoux constituye al mismo tiempo un viaje real -una suerte de montañismo avant la lettre renacentista- y un viaje interior deudor de la espiritualidad medieval. Ambos protagonizados por Petrarca un mes de abril de hace casi quinientos años y, sin embargo, ¡qué vivas suenan muchas de las frases!

La Línea del Horizonte Ediciones es el sugerente nombre de un proyecto editorial lanzado por Pilar Rubio en 2013 centrado en el viaje y sus culturas. La ascensión al Monte Ventoux se publicó en 2019 en la colección Cuadernos del horizonte, de pequeño formato. Libro ameno y corto, puede llevarse en la mochila y leerse -¿quién sabe?- en la cumbre del Mont Ventoux. La traducción se debe a Iñigo Ruiz Arzalluz, especialista en la obra de Petrarca. Cuenta con una sólida introducción del catedrático de geografía y montañero Eduardo Martínez de Pisón que arroja luz sobre el texto y sobre el papel que se le ha otorgado en la historia del paisaje y del alpinismo europeos.

En alguna ocasión que vayáis a los Alpes tal vez valga la pena abandonar la autopista y acercarse al Mont Ventoux con el libro de Petrarca en la mochila.

Jorge Cruz Orozco