Por Jose Luis Angulo.

Motivos para emprender un viaje hay muchos y casi todos son válidos. El de la búlgara Kapka Kassabova, autora de Frontera. Un viaje al borde de Europa, no es otro que regresar, desde su hogar actual en las Tierras Altas de Escocia, a su tierra natal tras haber trascurrido 25 años de su partida. Es como ella misma explica en el prólogo del libro, “recorrer la última frontera de Europa. Ahí donde Bulgaria, Grecia y Turquía convergen y divergen” y ”donde comienza algo parecido a Europa y donde acaba algo que no llega a ser Asia”. El libro es también un recorrido nostálgico, a su infancia, a su juventud, a esa Europa del Este que asistió a la caída del Muro de Berlín. “Quería ver los sitios prohibidos de mi infancia, los pueblos y ciudades fronterizos antes militarizados, los ríos y los bosques que habían sido zonas prohibidas durante dos generaciones “.

Su viaje trascurre entre ciudades que pertenecieron al telón de acero, pero también entre preciosos bosques ya que la región está considerada como uno de los espacios naturales más grandes de Europa. Tampoco olvida, y quizás sea esta la parte más emotiva del libro, los encuentros con numerosos personajes para escuchar sus historias, sus anhelos, sus deseos y también porque no, sus añoranzas. Como dijo el gran maestro Manu Leguineche, no hay paisaje sin paisanaje.

El itinerario que emprende la autora es circular, comienza en el Mar Negro, al borde de la enigmática cordillera de Strandja, continua hacia el oeste, hasta las llanuras de Tracia, entra en los pasos de los Montes Ródope y finaliza de nuevo en Strandja pero en el lado opuesto del Mar Negro, allá donde empezara su periplo.

En los diversos capítulos del libro se alternan las descripciones geográficas y culturales de los lugares por donde pasa la autora. De su pluma me entero que en Strandja estuvo el Monasterio Paroria donde Gregorio de Sinaí, anacoreta, lanzo al mundo su hesicasmo, quizás la primera forma de rezo psicosomático, parecido a la meditacion, de los “nestinari”, aquellos adoradores del fuego que pisaban brasas mientras sujetaban sus sagrados iconos buscando el equilibrio entre el mundo humano y el espiritual, de la civilización tracia, quizás la más desconocida de Europa y de la que ya hablo Herodoto. También nos explica como ese territorio fue para muchos de huida, muchos anhelaban pasar “al otro lado”, no era desde luego una tarea sencilla y muchos se dejaron la vida en el intento, el ultimo, en julio de 1.989, cuatro meses antes de la caída del Muro de Berlín, un joven de la RDA con tan solo 19 años. También de drogas, de seda, de café, de té, de tabaco, de esencia de rosas, de los kurdos, de los pomacos musulmanes, de traficantes de armas, de las hetairas griegas, esas mujeres que en la Antigüedad disfrutaban de los mismos derechos civiles que los hombres con la única condición que no se casaran nunca, y también las historias de curiosos personajes como la vidente Vanga Gushterova, o esa otra anciana que leía la fortuna con un puñado de alubias, de esos civiles que sufrieron las guerras de los Balcanes, o de ese otro que le da un consejo a la viajera: “En la vida tienes dos opciones. Avanzar como si no tuvieras nada detrás y repetir el pasado o mirar atrás y tratar de aprender algo”.

Todo va teniendo cabida en este abigarrado puzzle y las piezas, gracias a la maestría de la autora, van encajando de forma armoniosa.

Confieso que la lectura de este libro me engancho desde las primeras líneas, no conocía a fondo la región que describe la escritora búlgara y lo he disfrutado mucho. También he valorado mucho más, a través de algunas de las duras y tristes historias que en él se narran, como puede cambiar la vida de una persona dependiendo del lugar donde nazca. La autora lo sabe bien y nos lo cuenta de primera mano.

Y ya se sabe, a menudo un viaje nos lleva a un libro, y en otras ocasiones, un libro a un viaje. No digo más…. Y FELICES NAVIDADES.