Lecturas para un tiempo de confinamiento

 La segunda reseña de esta serie nos acercó con Dino Buzzti a los Dolomitas y se citó la catástrofe del Vajont. Volvemos allí, justamente al estrecho valle del Vajont de la mano de Mauro Corona, escalador, escultor y escritor.

Mauro Corona

Mauro Corona nació en Baselga di Piné en 1950. Sus padres eran vendedores ambulantes, Mauro vivió en un carromato hasta que la familia retornó al pueblo del que provenían: Erto e Casso, Nert e Cas, en el dialecto friuliano. Un municipio con varios núcleos dispersos en el valle del Vajont en los Dolomitas de Belluno (por favor, retened los nombres). En Erto, Mauro Corona vio a su abuelo materno tallar en madera todo tipo de objetos cotidianos y alguno que otro decorativo. Ayudó en el pastoreo. Acompañó a su padre a cazar, en ocasiones como furtivos, por los bosques y montañas. Allí creció lanzándose por las pendientes nevadas en improvisados trineos, observando los mil y un trabajos de una comunidad montañesa. También pudo contemplar las obras imponentes de la presa del Vajont.

La noche del 9 de octubre de 1963 todo cambió. El agua del embalse, desplazada por un enorme corrimiento, destrozó el valle y sus gentes. La mayoría de habitantes emigraron. Corona pasó por algunos internados y se hizo adulto. Trabajó en la cantera de mármol del Monte Buscada. Escalaba, escalaba mucho. Esculpía madera, como su abuelo. En 1975 expone por primera vez en Longarone y puede comprase buenas herramientas de talla. Siguió -sigue- escalando. Ha abierto más de 300 vías en Dolomitas y ha ascendido grandes paredes en Yosemite y Groenlandia.

Volvió a leer vorazmente y comenzó a escribir. En 1997 publicó los primeros cuentos y al año siguiente su primer libro Le voci del bosco. El título ya indica donde entronca la literatura de Corona. Su obra gira en torno al valle del Vajont; en torno a aquella manera de vivir que desapareció brutalmente y a esa otra que le ha sustituido. Sus grandes líneas temáticas son la relación entre el hombre y la naturaleza, las raíces personales, el cuestionamiento del progreso económico y tecnológico.

Mauro Corona regresó a Erto donde vive de una manera discreta. Ha obtenido en los últimos veinte años un cierto éxito como escritor y escultor. Él asegura que esculpir, escribir y escalar tienen en común que hay que “quitar lo superfluo”.

La catástrofe del Vajont

La Italia de la posguerra necesitaba energía para industrializarse. El torrente del Vajont drena una cuenca no muy extensa culminada en torno a los 2.000 metros de altura. El municipio de Erto e Casso se asienta en el valle a unos 800 m. Un poco más abajo el valle se estrecha y queda “colgado” sobre Longarone y el valle principal del río Piave. Ocurre mucho en los paisajes modelados por los glaciares. Cuando decae la glaciación, los glaciares principales conservan hielo más tiempo que los secundarios; aquéllos continúan excavando, mientras que éstos dejan de erosionar. Se origina así esos bruscos saltos entre los valles principales y sus adyacentes que conocen bien todos los montañeros y también los ingenieros. Hay unos 300 m de desnivel entre el río Piave y la cuenca alta del Vajont. El torrente los salva por una estrecha garganta, una “cerrada” ideal para construir una presa, embalsar agua y producir energía hidroeléctrica.

El memorial de las víctimas de la catástrofe en Longarone. Al fondo la garganta del Vajont.

La presa se construyó entre 1957 y 1959. Es impresionante. Imaginad un estrecho y altísimo muro de hormigón: longitud máxima en la coronación de 190 m.; en la base no superara los 25 m; y 261 m de altura (en su momento era la presa más alta del mundo). Aquel prodigio podría embalsar 150 millones de metros cúbicos de agua.

Una de las cumbres que rodea Vajont es el monte Toc (1.921 m), cuya vertiente norte ha registrado importantes movimientos de ladera conocidos por los habitantes del valle y estudiados por los geólogos. Edoardo Semenza y Franco Giudici señalaron las cicatrices de un deslizamiento gigantesco que se había producido en la zona y alertaron del riesgo de nuevos episodios que podrían afectar el embalse.

Cuando se llenó el embalse se produjeron movimientos intermitentes de ladera que se creyó poder controlar regulando la cantidad de agua embalsada. El 9 de octubre de 1963 a las 22:39 horas (los sismógrafos la registraron) entre 270 y 300 millones de metros cúbicos de roca y tierra se desprendieron; en unos 40-45 segundos cayeron sobre el agua del embalse desplazándola.

La ola remontó 200 m por la ladera arrasando las aldeas de Prada, Spesse, Pineda, Fraseign, etc.; volvió a descender y saltó por encima de la presa que apenas sufrió daños. Bajó por la estrecha garganta (tratad de imaginar el pavoroso sonido), arrastrando rocas, árboles… y cayó sobre Longarone. Luego siguió valle abajo anegando las poblaciones de Pirago, Vallanova, Rivalta y Faé. Murieron unas 2.000 personas, de ellas 347 en Erto e Casso.

El núcleo de Erto, situado en la cola del embalse, sufrió daños menores pero fue evacuado. Longarone ha sido reconstruido. Hay un memorial por las víctimas. La presa del Vajont sigue en pie. El vaso del embalse es ahora un amasijo informe del material desprendido aquella noche, ya revegetado. En verano suele haber habitantes del valle que explican a los visitantes qué pasó aquella noche y en los meses que siguieron. Algunos llevan sus propias maquetas, sus posteres con fotografías y recortes de prensa. Alguno se planta allí, junto a la presa, todos los días a dejar testimonio. Ninguno cobra por sus explicaciones. Es fácil entender que Mauro Corona haga pivotar su obra literaria en torno a aquel mundo -su mundo- y cómo desapareció en unos minutos.

La presa y el valle del Vajont, se aprecia el desprendimiento ocupando el valle.

La tragedia del Vajont marcó el inicio de la geología aplicada moderna y de la mecánica de macizos rocosos. También el de una más estrecha vigilancia de los efectos de las grandes presas. Sin embargo, el debate sobre los límites de la técnica sigue ahí. Los colosales intereses económicos -políticos, por tanto- se enfrentan en ocasiones a los principios de prudencia y de incertidumbre. Muchas decisiones políticas, tomadas a caballo de la técnica, no son inocuas.

El mismo año 1959 finalizaron las obras de la presa del Vajont y del embalse de Yesa (Navarra) en el río Aragón, afluente del Ebro. La presa de Yesa y urbanizaciones próximas han sufrido problemas geotectónicos ya que se asientan en terrenos de flysch de marcada inestabilidad. Desde hace años hay un proyecto para recrecer la presa de los 80 m de altura iniciales a 110 m, al que se oponen científicos, organizaciones ecologistas y colectivos de vecinos. En el intenso debate se cita a menudo el desastre de Vajont. El colapso de la presa sería fatal para la población de Sangüesa, situada 10 km aguas abajo.

Las políticas ante el covid-19 oscilan entre los intereses económicos y los intereses sanitarios y sociales. Debate complejo, lo sé, y que no puede resumirse en un único dilema. Pero conviene aprender alguna lección de lo que pasó en Vajont: reconocer los límites de la técnica (¡ojo! he escrito la técnica y no la ciencia; hay algunos interesados en confundirlas); entender que las transformaciones antrópicas de los ecosistemas, de los ciclos y procesos naturales tienen consecuencias; ser conscientes de que las crisis no golpean a todos por igual: las diferencias sociales lo son aún más en tiempos convulsos.

La reseña dedicada a Dino Buzzati, nacido en la cercana Belluno, citaba ya la tragedia de Vajont. El embalse de Yesa o cómo superar la crisis del coronavirus nos acercan aquel tremendo suceso. Leer Fantasmas de piedra no es tan solo un ejercicio literario de melancolía por un mundo perdido. Nos aporta argumentos para pensar el mundo.

Fantasmas de piedra. Cuando una aldea era el mundo

En Fantasmas de piedra. Cuando una aldea era un mundo Mauro Corona recorre las calles de Erto convocando desde las casas abandonadas y los lugares comunes a los fantasmas de sus antiguos habitantes, que él conoció de niño. A través de sus recuerdos aquellos fantasmas hablan de sus vidas. De como domeñar el durísimo invierno. De como talar y secar bien los árboles para poder elaborar herramientas con la madera. Del aliento que ésta exhala y como se libera de los inútiles barnices modernos. De como cuidar unas valiosas botas hechas por Piare, el zapatero. De los accidentes guardando el heno o bajando la leña que podían dejar inútil una persona. De vecinos que tratan de vivir con dignidad en la más extrema pobreza, que inventan extraños artilugios, que pactan con el diablo, que no se casaron porque la mujer que amaban no quería vivir en la montaña, que cometieron asesinatos. De unas gentes “en equilibrio sobre la pendiente, precariamente asidos a la vida”… que vivían de una manera, no de cualquier manera y que se vieron arrojados de su mundo. Escribe Corona que “de todo aquello que era vida, trabajo, traición y cultura, no ha quedado huella”.

Rousseau nos dijo que se sabe lo que se gana con el progreso, pero no lo que se pierde. Corona intuye “las cosas que hemos dejado de tener” y se impone el deber de rescatar algo, dice: “soy un torpe salvador de memorias”. Trasmite las memorias de otros -que sabe que forman parte parte de la suya propia-, lentamente, tal como transcurre el tiempo en la montaña, en un estilo honesto, sin artificios. Cita varias veces a Borges, a quien reconoce, junto a Cervantes, Juan Rulfo o Julio Llamazares como referentes.

Fantasmas de piedra es nostágico, pero mucho más que eso. Nos acerca a un mundo desaparecido, a la muerte y la destrucción, pero sobre todo, nos acerca a la vida de un valle de los Dolomitas.

En Italia se publicó I fantasmi di pietra en el 2006 con gran éxito. Altaïr lo público en 2011 en su colección Clásicos Heterodoxos en traducción de Álida Ares y con un breve prefacio de Claudio Magris. Altair también ha editado de Mauro Corona El fin del mundo equivocado en 2013.

Si visitáis los Dolomitas de Belluno, no dejéis de acercaros a Vajont. El lugar impresiona. La lectura de Fantasmas de piedra también.

Jorge Cruz Orozco