Richard Meinertzhagen fue un avanzado para su época (1878 – 1967) y lo sería hoy de la nuestra: escapó corriendo del mundo de la banca para no volver y alistarse después en el ejército. Puede, quién sabe, que el ejército fuese una excusa para ver otros lugares y vivir experiencias ya que en aquel periodo colonial, las inquietudes ultramarinas de la corona británica sentaban a sus soldados en barcos con bonitas vistas al mundo entero. Tras casi veinte años de servicio, la colonia le devolvió a su casa en Londres, donde acabó trabajando como ornitólogo.

En una de sus misiones como oficial en el extranjero, Richard Meinertzhagen, engendró este Diario de Kenia. La obra tiene un escenario de cartón piedra que podemos mirar, tocar y casi oler si acercamos la nariz a las páginas. En ellas África aparece marrón y amarilla, con esos colores que cualquier identifica. Nos podemos también asomar sin vértigo a las planicies infinitas de tierra y agua, al lejano Kilimanjaro, a los animales salvajes, a las nobles aunque ya por entonces contaminadas de occidente tribus africanas, a la sed, al calor y, por supuesto, a los mosquitos y ese inseparable pavor occidental a la malaria. Desde lo alto de alguna colina, sentado en vagones de tren o bajo la mentirosa protección de una lona, este coronel campechano y duro sufre situaciones tan mundanas y actuales como librar batallas inteligentes en África y sufrir acusaciones zafias desde Europa.

Es muy probable que si alguien arranca una página al azar de este diario y la lee, deteste al autor sin contemplaciones. Un motivo de esto es que nuestro protagonista despacha cotidianamente a todos los animales salvajes que encuentra por puro fetiche. El mismo fetiche que, por ejemplo, le hace indultar siempre a los elefantes por cuestiones personales y al mismo tiempo, inexplicables. Sí, es un tipo raro. Además de esta impulsiva afición cinegética, vive con la mayor profesionalidad su trabajo militar y cuenta el número de muertos al final de cada día con total indiferencia. Uno podría decir que algunas de estas prácticas resultan detestables y, sin embargo, nos sentimos desarmados cuando Meinertzhagen vaticina con alegría y convencimiento un futuro en el que la tierra africana le será devuelta a sus dueños, a los mismos que él mata a diario y a los mismos a los que respeta incondicionalmente. Nadie que lea sus argumentos podrá dudar de lo que dice y es que el texto entero es tan profundamente sincero que aunque objetivamente no sea posible, uno tiene el convencimiento de que el autor no esconde absolutamente nada.

Probablemente el mayor dilema no será nuestra impotencia ante sus argumentos. Nuestro mayor dilema llegará cuando además de creerle, en cada historia al lector le crezcan ganas de conocerle en caso de darse un hipotético viaje al pasado. Cabe decir, que en ese encuentro imaginario la amistad duraría poco, porque en las condiciones en las que discurren las historias, una Kenia en la que Nairobi era poco más que un campamento, el lector seguramente moriría bastante rápido. Y es que la fuerza física con la que vive y sobrevive todos los días este individuo provoca admiración y digámoslo, un poco de envidia. Puede parecer que la fuente de su energía provenga de la nula afición por el disfrute carnal. Sin embargo, los lectores que siempre buscan un poco de amor en cualquiera de sus formas, en cualquiera de sus libros y, avisando de que no es fácil, también podrán encontrar algún breve escarceo afectivo entre estas páginas.

Cada día de este diario equivale a un problema que tiene que ver con la guerra, el clima, la cultura africana o con una soledad del alma demasiado prolongada. Pero la lucidez, la disciplina y la naturalidad con la que son afrontados estos problemas hacen que todas nuestras contradicciones queden a un lado y al final caemos rendidos sin remedio ante su brutal autor, tan tremendo y fuerte personaje y puede que así cojamos su foto una y otra vez y, mirándole a los ojos, le perdonemos alguna más que probable exageración.

Sinopsis:

El diario apasionado de un hombre que cruzó la línea de lo moralmente permitido. días de caza, exploración y guerra en los primeros tiempos de las colonias africanas.

Richard Meinertzhagen, inglés de apellido alemán, es un personaje muy controvertido entre los aventureros que ayudaron a colonizar el África británica. En este diario narra sus días de servicio como oficial de los King’s African Rifles en Kenia. Son días de exploración y peligros, de pasión cazadora y férrea disciplina de un hombre que, por su portentoso físico, su valentía y su agresividad, se vio implicado también en acciones de guerra más allá de lo moralmente permitido. Unas páginas escritas de forma directa pero con una pluma de gran calidad y eficacia narrativa, que se leen con la pasión de una novela de aventuras.

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